«La estanquera de Vallecas» de J. L. Alonso de Santos

Dos ladrones, Tocho y Leandro, han entrado a robar en el estanco del barrio y la policía ha rodeado el estanco antes de que pudieran salir. Un policía ha intentado entrar camuflado, pero le han descubierto y está atado en un rincón. Para entretener el tiempo, los ladrones juegan una partida de cartas con la estanquera, mujer de carácter muy fuerte , y su nieta Ángeles.


Cuadro II

(Una mesa camilla en el centro del estanco. Alrededor, los cuatro jugando al tute. Atardece. El policía está atado en un rincón, a lo suyo y con cara de pocos amigos.)

ABUELA.- ¡Las cuarenta!
TOCHO.- ¡La madre que la…! Otra que nos ganan.
ÁNGELES.- Es que la abuela juega muy bien. En el barrio nadie quiere jugar con ella de dinero.
LEANDRO.- Ya, ya. No hace falta que lo jures. Ya veo por qué no quería jugar con judías. ¿Llevas algo, Tocho?
ABUELA.- En el tute no se habla. ¡Echa, leñe!
LEANDRO.-¡Va! Y no me grite, que no soy sordo.

(Echa Leandro y se lleva la baza la vieja)

ABUELA.- Arrastro que pinta en bastos. Otro. Y ahora un oro y otro. Pa mi las diez de últimas.
TOCHO.- Las diez de últimas, las diez primeras y todo lo del medio. Mis cuarenta pavos y no juego más. ¡Esto es un robo!
LEANDRO.- La suerte que tiene…
TOCHO.- Nos ha dejado sin un duro la tahúra esta…
ABUELA.- (Recogiendo las cartas y el dinero) Que no sabéis tenerlas.
LEANDRO.- Porque el tute no es lo nuestro, ¿verdad, Tocho?
TOCHO.- Claro que no, no es lo nuestro, no. Se empeñó usted porque es una lista y claro.
LEANDRO.- ¿A que no jugamos a las siete y media?, ¿eh?
TOCHO.- Eso, ¿a que no juega a las siete y media?
ÁNGELES.- A eso gana más.
TOCHO.- Tú calla, no seas gafe, coño.
ABUELA.- El que se tiene que callar eres tú, que ella está en su casa. Tengo la banca. Cartas. Antes de nada, ¿os queda dinero?
TOCHO.- (Quitándose el reloj) El peluco, que es de oro. Me lo juego.
ABUELA.- ¿A ver? (Lo coge)
ÁNGELES.- ¿Preparo cafés, abuela?
ABUELA.- Sí, de oro del que cagó el moro. (Se lo devuelve)
TOCHO.- Pues me lo ha traído un colega de Canarias, que es de confianza.
ABUELA.- Pues te la ha dado con queso.
ÁNGELES.- Que si preparo cafés, abuela.
ABUELA.- Sí, cargaíto. Tráeme también la botella de anís de la alacena.
TOCHO.- Esta tía es que es la hostia. Bueno, ¿cuánto me da por él? Aunque no sea de oro, algo valdrá, digo yo.
ABUELA.- Ni los buenos días. ¿Qué horas marca, las de hoy o las de ayer? Tiene las cinco y son por lo menos las siete…
TOCHO.- Es que está un poco atrasado.
ABUELA.- Claro. Eso será. Guárdalo. Guárdalo con cuidado, no se te vaya a perder.
ÁNGELES.- ¿Al señor policía también le traigo?
TOCHO.- ¡No, señor!, que está arrestado. Nada de lujos, que es peligroso. ¿A que sí, Leandro?
LEANDRO.- Venga, hombre. Que tome café y fume, si quiere. ¿Quiere café? (El policía asiente con la cabeza) Tráele también.

(Sube la chica por la escalera y Tocho se levanta de la silla para ir detrás)

TOCHO.- Voy a ayudarla, ya que no quiere jugar…
ABUELA.- Quieto, Barrabás, que te conozco. Ayudarla a caer. Quieto ahí.
TOCHO.- ¡Bueno! Es que la ha cogido conmigo…
ABUELA.- (Al policía) ¿Qué? ¿Quiere echar unas manos?
TOCHO.- ¡Sí, hombre, lo que faltaba! ¿Y qué más? Guardemos las distancias y sin confianzas, que es prisionero de guerra. ¿A que no puede jugar, Leandro?
LEANDRO.- Está mejor atado. No juega y ya está.
MEGÁFONO.- ¡Eh, vosotros! ¡Un momento! ¡Escuchad atentamente un momento! Está aquí el excelentísimo señor gobernador, y va a hablaros, así que prestad mucha atención.