«Sublime decisión» de Miguel Mihura

Florita es una joven de finales del siglo XIX que ha decidido dejar de buscar novio y ponerse a trabajar. Su decisión alarma y escandaliza a la familia. En esta escena, su padre y su tía intentan convencerla de la locura que pretende. Florita ha citado en su casa a don Claudio, funcionario de un Ministerio y a un cura al que va a pedir consejo.


FLORITA.- Papá...
DON JOSÉ.- ¿Has oído las preguntas que ha hecho Valentina?
FLORITA.- Sí, papá. Una a una.
DON JOSÉ.- Yo también. Y verás que el escándalo está tomando grandes proporciones.
FLORITA.- Pero no hay motivo, papá… Yo sólo he dicho que quiero hablar con don Claudio y con un cura… Y hablar con un cura no es pecado…
DON JOSÉ.- ¿Y para qué quieres hablar con un cura, demonio? ¿Qué crimen vergonzoso has cometido? ¿De qué te tienes que arrepentir? ¿Has robado alguna manzana? ¿Has robado alguna finca agrícola…?
FLORITA.- No, papá, soy honesta…
DON JOSÉ.- ¿Qué es lo que te remuerde la conciencia entonces?
FLORITA.- Cuando venga el cura con don Claudio, ya verás para qué los quiero… ¡Tengo tanta ilusión de que llegue el momento! ¡Será tan hermoso lo que voy a decirles…! Al principio no entenderán nada, lo sé. Después quizá se indignen y estén a punto de abofetearme… Y al final verán claro, y todo será más fácil y sencillo, y reinará la paz en el mundo entero y entre la vecindad…
DON JOSÉ.- Hija mía, no entiendo una palabra de lo que estás diciendo, pero yo a mi vez voy a decirte otra cosa que sí entenderás… Sé muy bien que este catarro crónico, que pesqué en ese maldito pasillo, acabará conmigo de un momento a otro… Los pequeños ahorros que teníamos los hemos ido gastando en medicamentos y en tisanas… En la oficina sólo me pagan medio sueldo y pronto me dejarán cesante… Y por si fuera poco, hoy me das este gran disgusto… ¿Tú no comprendes que me voy a morir?
FLORITA.- No seas ordinario, papá... Eso no se dice…
DON JOSÉ.- ¿Por qué no voy a decirlo, si es verdad? El médico me dijo que sólo me curaré tomando sopicaldos y gallina… ¿Y de dónde vamos a sacar nosotros la gallina? Después del sombrero que se ha comprado tu hermana, ¿nos queda aún dinero para comprar gallina?
FLORITA.- Gracias a ese sombrero, a Cecilia le ha salido un pretendiente y va a venir esta tarde a hablar con vosotros.
DON JOSÉ.- ¡Pero quedas tú, hija mía! Y no haces nada para sacar novio… Hemos alquilado este piso, porque enfrente hay una Academia de Aduanas, llena de estudiantes solteros, y tú no te asomas al balcón… ¿Por qué no te asomas? ¡Hala, a asomarte…! ¡A asomarte, córcholis!
FLORITA.- Ya me he asomado esta mañana y hacía tanto frío…
DON JOSÉ.- ¿Y qué importa el frío y la nieve si puedes sacar un novio que nos pueda comprar gallina? ¡Hala, hala, a asomarte…!
FLORITA.- No, papá… Me he prometido a mí misma que pase lo que pase y ocurra lo que ocurra, ya nunca más me asomaré al balcón…
DON JOSÉ.- ¿Te han tirado agua desde arriba?
FLORITA.- (Con dulzura) No… Desde arriba me han tirado luz…
DON JOSÉ.- ¡Pero qué burros son estos vecinos!
(Entra Matilde)
FLORITA.- ¿Te doy friegas, tía?
MATILDE.- Sí, Florita…
DON JOSÉ ¿Entras en reacción?
MATILDE.- Sí, ya me encuentro mejor… La despedida ha sido demasiado larga en ese condenado descansillo. Soplaba el viento y las visitas también estaban tiritando, pero hablábamos, hablábamos y no hemos podido dejarlo hasta que a doña Venancia le dio la calentura…
FLORITA.- ¡Pobrecilla! Mañana morirá…
DON JOSÉ.- ¡Pensar que ya han muerto tres despidiéndose en el descansillo!
FLORITA.- ¡Hasta cuándo la etiqueta causará tantas víctimas! ¡Hasta cuándo las visitas no estarán prohibidas por el Código Penal…!
MATILDE.- ¿Pero tú oyes, José?
DON JOSÉ.- Sí, Matilde. Eso es falta de alimentación.
MATILDE.- ¡Eso es falta de vergüenza! Y ha llegado el momento de que te hable claro, Florita.
FLORITA.- Estoy dispuesta a todo. Habla, tía.
MATILDE.- Pues bien, guapita… Yo no sé lo que te ha pasado por la cabeza, pero sospecho que lo que te ocurre es que tienes sucio el estómago, y no quiero darle importancia, porque con el régimen de comidas que llevamos en esta casa, se te quedará limpio enseguida. Sin embargo, la realidad es esta: tu padre está hecho un carcamal y puede morir de un momento a otro, y tú y yo nos quedaremos en la mayor miseria.
FLORITA.- Sí, tía. Lo sé de sobra. ¡Pobre papá!
MATILDE.- De tu hermana no hay que preocuparse, porque ahora vendrá su pretendiente, y yo te juro por mi honor de tía que a ese le pesco yo, y si no, le mato con el hacha…
FLORITA.- Sí, tía, no será el primero. ¿Te acuerdas de aquel muchacho de Valladolid?
MATILDE.- Claro que me acuerdo.
FLORITA.- ¡Pobrecillo! ¡Qué risa!
DON JOSÉ.- No interrumpas a tu tía, niña…
FLORITA.- Perdón, papá.
DON JOSÉ.- Sigue tu perorata, Matilde.
MATILDE.- Voy. Pero si tú, a tu vez, no sacas novio y te casas inmediatamente, la situación será desesperada, porque después del sombrero de tu hermana, y de las pastas que hemos comprado, no nos queda ni un céntimo. La solución de tomas huéspedes, además de estar mal vista en personas de nuestra clase, no es posible aquí, porque los huéspedes no acostumbran a tomar habitaciones en el Polo Norte, a menos que sean esquimales. Y en Madrid, por ahora, no existe aún esa clase de turismo… De bordar no vas a vivir… De buscarte la pulga en el escenario, tampoco…
DON JOSÉ.- ¡Eso, eso! Muy bien dicho…
MATILDE.- Por lo tanto, la única solución es que saques novio y te cases inmediatamente.
DON JOSÉ.- ¡Eso! ¡Eso! ¡Al balcón, al balcón!
FLORITA.- ¿Pero es que una mujer no tiene más solución para poder vivir que encontrar un novio y casarse?
MATILDE.- Hasta ahora no se ha inventado otra cosa, hija mía, y estamos en 1895, que ya es estar…
DON JOSÉ.- ¿Lo estás viendo? ¡Al balcón, demonio, antes de que anochezca!
FLORITA.- ¡Pero si no me salen novios, tía!
MATILDE.- Porque no sabes engatusarles. Y hay que pescar a los hombres valiéndose de todas las artimañas… Diciendo mentiras constantemente… Aparentando lo que no se es…, engañando, fingiendo… Ganando batalla tras batalla, con tesón y sin un momento de desmayo, como Napoleón Bonaparte…
DON JOSÉ.- ¡Eso! ¡Aprende de él!
FLORITA.- ¡Pero yo no sirvo para estas cosas!
MATILDE.- Pues vas a servir, y desde mañana mismo empezaremos la ofensiva. Esta noche te arreglas el lazo del sombrero, y mañana, a las nueve, emprenderemos la caza del hombre por el Paseo de Recoletos.
FLORITA.- No, tía… Mañana, a las nueve, yo no podré estar en Recoletos… Ya nunca más estaré en Recoletos ni en el balcón… Mañana, a las nueve, quizá sea libre y el mundo será distinto para mí, y yo iré por las calles, sola, sin lazo nuevo en el sombrero, y sin tía al lado, y sin la vista baja, aparentando un rubor que no siento… Y ahora, me voy a mi cuarto.
MATILDE.- ¿Pero estás loca? Tienes que quedarte aquí para cuando venga el pretendiente de tu hermana…
FLORITA.- No, tía… Estoy cansada de esos pretendientes que no pretenden nunca nada… Estoy cansada de todo y me voy a mi cuarto a descansar… Cuando venga el cura, que me avisen.
MATILDE.- Como verás, está como una chiva.
DON JOSÉ.- Sí, Matilde. Y eres magnánima…
MATILDE.- Lo cual quiere decir que no podemos contar con ella para nada y que nuestros esfuerzos debemos dedicarlos a la otra.
DON JOSÉ.- ¿Dónde está Cecilia?
MATILDE.- Vistiéndose para cuando venga el pretendiente.
DON JOSÉ.- ¿Vistiéndose? ¿De qué?
MATILDE.- Lo que más le gustó de ella fue su sombrero, y le he dicho que se lo ponga.
DON JOSÉ.- Pero ¿cómo va a estar en casa con el sombrero puesto?
MATILDE.- Fingirá que acaba de llegar de una visita. ¿Y las pastas? ¿Y el gato?
DON JOSÉ.- Lo tengo todo preparado en el despacho.
MATILDE.- ¿Le hizo efecto la tila al gato?
DON JOSÉ.- Está casi en estado comatoso.
MATILDE.- Eso es bueno. Si no, se ponen nerviosos y lo estropean todo.
DON JOSÉ.- ¿Pero tú crees, realmente, que lo del gato es necesario?
MATILDE.- Imprescindible. Sin gato y sin piano, no hay efecto que valga. ¿Tienes a Felisa en el balcón?
DON JOSÉ.- Sí, como tú me mandaste.
MATILDE.- No conviene que ese muchacho nos coja desprevenidos…
DON JOSÉ.- Pero la pobre chica debe estar pasando un frío terrible…
MATILDE.- ¡Que se chinche! Para eso me atrancó ayer la pila de la cocina…
DON JOSÉ.- De todos modos, mira si aún vive.